Cuando ato cabos me desato de mí y del trato
con el cual puedo arropar el miedo
para que deje de temblar
y no me haga derramar los recuerdos por toda la casa.
Digamos que los cabos vienen siendo amenazas,
olvidos, hojas llenas de huellas,
pasaportes de lugares donde apesta
a conciencia viva y palabras muertas.
Y mañana serán más sobre mi cama,
agarrados de la mano,
con cara de pasado y cuerpo de jamás;
diciendo que mi mundo sólo llora por mí
y mis estupideces de insomne consumida.
Y tú, mirada hincada,
mi domingo y mi semana,
piel de anoche y de futuro,
risa inmune y constelada,
brazo en pana y en mi vientre...
Si me llamas no me inundes de quizás y cerraduras.
¿Quién te llama aquellos días en que pierdo la cordura?
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