Las voy armando, de diez en diez,
y me las cuelgo en el cuello
y en las orejas
y en la mirada.
Entonces salgo, me embriago de ansiedad en una calle atiborrada de gente,
me río de mí, de ti y de todos nosotros.
Termino llorando porque no siento nada,
porque lo nuestro no existe
y me quedé atrapada en el invierno de 1995.
Sigo tratando de encontrar esas promesas que se cumplen,
pero lo único que consigo es que se me caiga la cara encima de la mesa
cuando me miras sin ponerme un ojo encima.
Quiero arrancarme esta rabia y este hastío
que han echado raíces que me llegan hasta el verano pasado.
Es hora de volver, que el tiempo ya no es oro,
es mierda,
una botella vacía en tu basura.
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