Eso de perder la cabeza nunca estuvo en mis planes.
Pero uno crece.
Olvida lo que una vez supo y crece,
manda al diablo las sábanas y los sueños
para entregarse a un mundo construido en miedos
que se multiplican con cada amanecer.
Uno olvida que un día no tan lejano pisó la gloria
y sintió la calma del Mar Caribe habitando sus pies,
otorgándoles el derecho de entregarse a amar un rato,
sin dar espacio a las dudas.
Entonces uno llora.
Uno duda, olvida y llora
como un desquiciado que perdió el rumbo
en una cama que ya no recuerda.
Como el que no sabe qué pierde
pero sabe que al final, no importa lo que pase, siempre pierde.
Y se pregunta si vale la pena
ser tan incapaz de entender
tan dispuesto a mandarse uno mismo a la mierda
por unos ojos que nunca podrán ver lo que pasa.
Y estamos todos muertos
tan solos
dedicados a dejar que la vida siga doliendo como si existiera.
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