Claro está que nunca se obtiene lo que se quiere, y si se
hace es a destiempo.
Al final no obtenemos lo que queremos, sino su cadáver.
Y uno piensa que está acostumbrado, que todo va bien,
que lo importante es obtener quizá la sombra de lo
anhelado;
y cuando crees que te has librado de las quimeras,
que el conformismo está de tu lado, aparece otra y
te brinda un café con leche para luego patearlo todo,
te brinda un café con leche para luego patearlo todo,
te patea el estómago hasta volverlo una tarjeta postal
con la foto de una ciudad que nunca podrás conocer.
Y lo que importa no es la postal, sino la intención que
trae consigo,
su propósito de aplastar en tus ojos aquello que nunca
tendrás.
Y se queda impregnado en tus labios ese sabor a vida
quemada,
a enunciados diferentes con la misma intención.
A pesar de todo no me atrevo a costear el silencio,
sigue siendo ese precio que nunca tuve deseos de pagar.
Me quedo con este mundo muerto,
con la mariposa aplastada en la pared,
con este imperio en el que muero de ganas.
Dejo que lo incorpóreo clave mis manos en su espalda,
es más fácil seguir cualquier camino que inventarse uno
propio.
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